DERECHO A MORIR
MIÉRCOLES 13/05/2020
DERECHO A MORIR
APRENDE A VIVIR Y SABRÁS MORIR
NARRACIÓN
El día que Federico García murió,
el viento no soplaba, no llovía, era como si el invierno se hubiese detenido
para honrar con un minuto de silencio al recién partido. Allí en la cama, con
los ojos cerrados, su expresión permanecía neutra, no se podría asegurar que la
muerte le diera paz, pero sí que alivió su sufrimiento. Llevaba tres años
postrado en una cama, sin emitir sonido, incapaz de exteriorizar en un grito
audible la frustración que la parálisis total de su cuerpo le imponía. No
ansiaba la muerte porque amaba la vida y a su familia, pero la idea de morir le
parecía menos cruenta que la de existir como un monumento viviente. El
congelamiento no era lo que le helaba el alma, sino la conciencia de esa
desconexión. Se le venía a la mente con frecuencia la imagen de una marioneta a
la que le cortaron los hilos y aborrecía la idea de sentirse prisionero en su
propio cuerpo.
No era el primero en su familia
en sufrir esclerosis lateral amiotrófica (ELA), su hermana había fallecido un
par de años atrás luego de rechazar la ventilación mecánica como medio de
soporte vital. No la juzgaba, pero tampoco la entendía del todo: esa
determinación suponía para él una mezcla de libertad y cobardía. Sabía que la
muerte era inevitable, sin embargo no estaba dispuesto a darle una mano: él
optó por la ventilación mecánica. Tres años pasaron desde entonces, y aun
cuando en retrospectiva no estaba arrepentido, esa primera apreciación no era
la misma: veía en la muerte algo bello y a la vez trágico.
Quienes le conocieron aseguran
que fue un hombre en extremo racional y controlador. No es que fuese obsesivo,
si no simplemente consciente de que en su estado lo concreto de las acciones
cotidianas eran lo que lo mantenían con lucidez. Recurrentemente soñaba con su
cuerpo desgarrado, abriéndose, y que de los escombros su alma emergía en miles
de pedazos que al entrar en contacto con el aire se evaporaban. Esto no le
producía aversión en absoluto, más bien lo consolaba saber que el alma no
estaría eternamente confinada a la carne.
la enfermedad había evolucionado
de manera rápida desde su diagnóstico hace 4 años. Pensaba en la frase “los
ojos son las ventanas al alma” y su literalidad en su caso lo agobiaba,
llegando a marearlo: eran lo único que se mantenía ajeno a la enfermedad,
aislados, lo único que aún consideraba suyo. Sus movimientos oculares eran
censados por una máquina capaz de transformarlos en lenguaje por medio de la
activación de un teclado. La comunicación era precaria, pero efectiva.
Manifestó de esta manera a cada miembro de su familia y a sus cuidadores, de
manera muy segura, que no valía la pena vivir así y que el retiro del
respirador era su voluntad. Mantuvo por dos meses esta petición. ¿Sería su
muerte algo poético? No había forma: nada de poético tenía estar conectado a
una máquina con su máscara para respirar por él, alimentado por una sonda,
paralizado, y parpadeando para hacerse escuchar.
Magdalena, su mujer desde hace 24
años, había sido testigo de su encarcelamiento, y bien se podría decir que se
convirtió en su compañera de celda. Sus tres hijos parecían vivir la situación
en perfecta simbiosis. Federico quería que fuese ella quien desconectara el
ventilador, mas la petición de ser verdugo no coincidía con la visión de
emancipadora que él tenía. Compartían una religión. Sin embargo la muerte y su
enfermedad eran algo que muchas veces superaban su fe. Admitir la muerte como
opción en vida era más natural para Federico que continuar viviendo como un
muerto, por lo que una vez reunida su familia no se cuestionaron su voluntad.
Faltaba aun considerar la opinión de los médicos. Para ellos implicaría una
cuestión de validez moral, un conflicto entre el deber de tratar al enfermo con
todo lo disponible o la petición de retiro del tratamiento lo cual lo llevaría
a la muerte. Federico reconocía y agradecía las concesiones que sus médicos, ya
por largo tiempo, hacían por él. Pero no estaba dispuesto a tranzar: su
voluntad, el último vestigio de su autonomía tenía que ser respetada, aún
cuando supusiese un conflicto para ellos.
Se acordó, después de un difícil
análisis en varias reuniones, aceptar su solicitud. Se iniciaría con medidas de
sedación para evitar la angustia respiratoria y Federico no podía estar más de
acuerdo: sería una horrible burla que lo único que sientiese en los últimos
tres años fuese el sufrimiento provocado por la resistencia de su cuerpo a
partir. Quería marcharse en silencio, como durmiendo, y que en el recuerdo de
su familia la línea entre la vida y la muerte se fundiera hasta hacerla
imperceptible. Se celebró, como era habitual, una misa en su habitación, pero
esta vez acompañado además de sus amigos más cercanos, un kinesiologo, una
enfermera y cuidadores. Asombraba la serenidad de todos los presentes,
reflejando en sus semblantes algo más que la pena del duelo anticipado: era la
resignación de una muerte concebida y la tranquilidad de la paz por venir.
Es una muy buena historia, donde nos cuenta la perspectiva de un paciente, el como sufre por su enfermedad y como la trato de sobrellevar.
ResponderBorrarExcelente historia!
ResponderBorrar